El cuento que se salió del libro de lengua y se metió en el de matemáticas.

En este lunes de lectura les dejo un pinche cuento bien fumado, esperando alguien lo comprenda y nos lo traduzca, que no entendí ni madres.

Érase una vez, en medio de un bosque lleno de hojas de un tema del libro de matemáticas, un cociente feucho pero literalmente muy apasionado, que un día, por efectos de la resolutiva casualidad se encontró con una guapísima incógnita.
Se observaron largo rato y finalmente, después de innumerables miradas, el cociente se animó y le dijo a la incógnita:
-«Pareces una figura muy impar».
A lo que ella le contestó:
-«Pues tú tienes pinta de ser un igual, o lo que es lo mismo, otro impar.
Dos cuadrículas más abajo preguntó el cociente con ansia radical:
-¿Cómo te llamas?
Y ella contestó:
-«Me llamo Suma de los Cuadrados de Los Catetos, pero todas mis amigas, las más cotangentes, me llaman Hipotenusa»
-«Eres muy bonita,-le dijo el cociente-, con esos ojos romboides, y esa boca semi-esférica; ese cuerpo doblemente elipsoidal y esas piernas parabólicas».
A la incógnita le salieron los colores elevados a la enésima potencia, y se dio un giro de 180º. Después se acercó unas décimas de centímetro, giró de nuevo unos 60º y le soltó:
-«Tú, a mí me pareces algo cóncavo, aunque bien mirado no estás tampoco tan mal, y parece que tienes un fondo bastante llano».
Y tras un tiempo divisorio de unos veinte radianes, descubrieron que eran lo que geométricamente corresponde a casi almas simétricas, pero en realidad se dieron cuenta de que aritméticamente eran primos lejanos entre sí.
La cuestión fue que llegaron a amarse a la velocidad de la luz al cuadrado y comenzaron a ver en sueños: rectas, curvas, círculos y líneas senoidales.
En los barrios vecinos de la cuarta dimensión, se escandalizaron los ortodoxos de las fórmulas euclidianas y los exegetas del universo finito.
Pero ellos rompieron con todas las convenciones newtonianas y cartesianas y, en fin, que resolvieron formar un conjunto par, según los principios axiomáticos de las leyes universales, y ¡oye!, que sí, que resolvieron que se casarían.
Invitaron a los padrinos: el poliedro y la bisectriz, y a todos los números racionales que conocían, e hicieron los planos, ecuaciones y diagramas para el futuro, soñando con una felicidad integral y diferencial, compuesta a su vez por muchas derivadas, y decidieron que se quitarían de encima aquel problema que tanto les hacía sufrir.
Y así fue, construyeron un cuadrado perfecto inscrito en una circunferencia en el pueblo de 2 Pi Erre, que más bien parecía una pirámide con un área de jardín de pi erre al cuadrado, toda llena de perpendiculares, oblicuas y todo tipo de plantas fusiformes, incluso de raíces cúbicas y todo.
Y, con el tiempo, tuvieron una secante muy mona y dos conos mellizos encantadores, y fueron felices durante muchos temas.
Aunque también tuvieron problemillas de otras características, difíciles de resolver. Por ejemplo, el día que apareció un máximo común divisor, frecuentador de círculos viciosos excéntricos que les ofrecía una grandeza absoluta, pero en realidad sus intenciones eran reducirlos a un común denominador.
El cociente y la incógnita se dieron cuenta en pocos productos de que no formaban una unidad entera, un todo.
Pero gracias a la intervención de un personaje algo desarrapado, llamado Einstein, lo relativizó prácticamente todo, y la convivencia que en algún momento había llegado a ser quebrada, fraccionada e irregular, ¡volvió a ser regular!, y llegaron a vivir una larga vida paralela e infinita de amor, a bien decir, hasta que la última página de aquel interesantísimo libro se cerró.
…y, colorín colorado, este cuento se ha (+ o -) terminado.

Fuente