La ultima pregunta (ii)

La última pregunta continuación.-.-.

Jerrodd, Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en el visiplato mientras completaban el pasaje por el hiperespacio en un lapso fuera de las dimensiones del tiempo. Inmediatamente, el uniforme de polvo de estrellas dio paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado.
– Es X-23 – dijo Jerrodd con confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con fuerza detrás de su espalda y los nudillos se pusieron blancos.
Las pequeñas Jerrodettes, niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el hiperespacio por primera vez en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron locamente alrededor de la madre, gritando:
– Hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado…
– Tranquilas, niñas -dijo rápidamente Jerrodine-. ¿Estás seguro, Jerrodd?
– ¿De qué hay que estar seguro? -preguntó Jerrodd, echando una mirada al tubo de metal justo debajo del techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y desaparecía a través de la pared en cada extremo. Tenía la misma longitud que la nave.
Jerrodd sabía poquísimo sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba
Microvac, que uno le hacía preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las hiciera de todas maneras cumplía con su tarea de conducir la nave hacia un destino prefijado, de abastecerla de energía desde alguna de las diversas estaciones de Energía Subgaláctica y de computar las ecuaciones para los saltos hiperespaciales.
Jerrodd y su familia no tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir en los cómodos sectores residenciales de la nave.
Cierta vez alguien le había dicho a Jerrodd, que el ‘ac’ al final de ‘Microvac’ quería decir ‘computadora análoga’ en inglés antiguo, pero estaba a punto de olvidar
incluso eso.
Los ojos de Jerrodine estaban húmedos cuando miró el visiplato.
– No puedo evitarlo. Me siento extraña al salir de la Tierra.
– ¿Por qué, caramba? -preguntó Jerrodd-. No teníamos nada allí. En X-23 tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de personas en ese planeta. Por Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos mundos porque llegará el día en que X-23 estará superpoblado. -Luego agregó, despues de una pausa reflexiva: – Te aseguro que es una suerte que las computadoras hayan desarrollado viajes interestelares, considerando el ritmo al que aumenta la raza.
– Lo sé, lo sé -respondió Jerrodine con tristeza. Jerrodette I dijo de inmediato:
– Nuestra Microvac es la mejor Microvac del mundo.
– Eso creo yo también -repuso Jerrodd, desordenándole el pelo.
Era realmente una sensación muy agradable tener una Microvac propia y Jerrodd estaba contento de ser parte de su generación y no de otra. En la juventud de su padre las únicas computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Sólo había una por planeta. Se
llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo válvulas moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en una nave espacial y ocupar sólo la mitad del espacio disponible.
Jerrodd se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia Microvac personal era muchísimo más compleja que la antigua y primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del viaje hiperespacial e hizo posibles los viajes a las estrellas. – Tantas estrellas, tantos
planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos nosotros ahora.
– No siempre -respondió Jerrodd, con una sonrisa-. Todo esto terminará algún día, pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas se extinguen, ¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía.
– ¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda.
– Entropía, querida, es sólo una palabra que significa la cantidad de desgaste del universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot walkietalkie,
¿recuerdas?
– ¿No puedes ponerle una nueva unidad de energía, como a mi robot?
– Las estrellas son unidades de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más unidades de energía.
Jerrodette I lanzó un chillido de inmediato.
– No las dejes, papá. No permitas que las estrellas se extingan.
– Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine, exasperada. – ¿Cómo podía saber que iba a asustarla? -respondió Jerrodd también en un susurro.
– Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.
– Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán. -(Jerrodette II ya se estaba echando a llorar, también).
Jerrodd se encogió de hombros.
– Ya está bien, queridas. Le preguntaré a Microvac. No se preocupen, ella nos lo dirá.
Le preguntó a la Microvac, y agregó rápidamente:
– Imprimir la respuesta.
Jerrodd retiró la delgada cinta de celufilm y dijo alegremente: – Miren, la Microvac dice que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen.
Jerrodine dijo:
– Y ahora, niñas, es hora de acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.
Jerrodd leyó las palabras en el celufilm nuevamente antes de destruirlo:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
Se encogió de hombros y miró el visiplato. El X-23 estaba cerca…