La trágica historia de Damián, el albañil samurai

Lunes de lectura [cuento de Carlos Jaglin].

Damián nunca fue bueno para estudiar, en parte porque vivía en un mundo irreal, donde se fundía su imaginación con la televisión y, por otro lado, porque Dios o lo que fuera no lo había dotado con demasiada inteligencia y discernimiento, para qué nos vamos a engañar.
Él pensaba que estaba predestinado a provocar y vivir grandes hazañas, a cumplir su sueño de convertirse en una persona importante para los demás mortales. Pero el mundo circundante no hacía más que recordarle una y otra vez sus limitaciones.
Como nunca le faltó decisión, dejó los estudios cuando tenía diecisiete años y empezó a pensar en labrarse un futuro cuanto antes.
Sin mayores esfuerzos consiguió trabajo en una obra en construcción, cercana a su casa.
Al principio sus padres se mostraron reticentes con la decisión de su único hijo, pero al final no tuvieron más remedio que aceptarla.
Todo lo que integraba el escenario de la obra le causaba fascinación, desde las modernas máquinas hasta los compañeros migrados de otros países, que contaban las increíbles peripecias que habían pasado para llegar hasta aquí.
También los jefes – a los que veía poco – pero que cuando aparecían en sus lujosos coches nunca le negaban el saludo y una sonrisa.
Se sentía una persona importante, parte de un equipo, de un todo. Con el trabajo estaba ayudando a su país a convertirse en una potencia económica mundial, se sentía como un samurai.
Su trabajo se convirtió en su forma de realización y, aunque no cobraba mucho dinero, dejaba las lonjas de su piel en la obra.
Estaba ayudando a su empresa a realizar grandes conglomerados urbanos, a las familias a conseguir un hogar, a la economía, al país, prestaba cooperación a todos para que pudieran ser mejores.
Se enojaba sobremanera porque algunos compañeros pasaban demasiado tiempo en el bar, aprovechando la pausa del almuerzo. Entonces no dudaba en advertir a los capataces y jefes de obra para que tomaran medidas contra ellos, ociosos y holgazanes. Esta suprema dedicación empresaria le ocasionó, más de una vez, enfrentamientos que podrían haber tenido graves consecuencias.
Al final su esfuerzo – incluida la delación – aunque él no lo interpretaba así – se vio recompensado y consiguió subir algunos peldaños en su trabajo.
Ahora dirigía su propio equipo y era el más productivo de la empresa. No paraban de llamarlo de todos los rincones del país, para corregir cualquier tipo de chapuza. Aunque los viajes se tornaban pesados, pues comía mal, con apuro y tenía una relación con los subordinados en el filo de la nulidad, él nunca desfallecía.
Damián había tenido el valor de dejar los estudios para intentar cumplir un sueño; por fin lograba ahora lo que se había propuesto años atrás: obras grandiosas.
Comenzó a salir con una muchacha de su barrio llamada Isabela. Era muy hermosa, esbelta, con una piel dorada, como la cáscara de un durazno sabroso. Si había que ponerle un “pero” a tal dama, era que Dios o lo que fuere no la había dotado de excesiva inteligencia, “pero qué podemos hacer, nadie es perfecto” pensaba Damián, cuyas capacidades comprensivas también estaban bastante acotadas.
Había llegado hacía poco tiempo al país y no hablaba bien el idioma pero a él no le importaba, porque cualquier cosa que ella dijera –aunque no la entendiese – le parecía muy divertida.
Empezó a verla con frecuencia y, al cabo de unos cuantos meses, se convirtieron en una pareja con cierta estabilidad.
Lo invadía la alegría cuando veía llegar a la obra jóvenes con sus planos, para visitar algún departamento piloto.
Su relación con Isabela le hacía ver las cosas con otra mirada. Estaba feliz y orgulloso de tenerla como mujer, pero también de poder aportar su granito de arena para que otros pudieran formar un hogar y sentirse tan felices como él.
Estaba ayudando a la gente a convertirse en triunfadora. Esta especie de arrogancia, de vanidad, le hacía creer que llevaba riqueza a los lugares menos favorecidos. Esos espacios rodeados de bosques con especies autóctonas, a veces cerca del mar, ahora constituían grandes urbanizaciones con campos de golf, piscinas, canchas de tenis. Al fin y al cabo, hay demasiados bosques, pero no tanta oportunidad de crear felicidad por donde se transite. Él lo hacía posible. Además, la venta de troncos descortezados, de rollos, daba trabajo y ganancias a patrones y obreros.
Levantaba la vista, miraba hacia los cuatro puntos cardinales y veía enormes construcciones. Sin duda estaba haciendo lo correcto, creando un mundo mejor. Sus ojos tenían un especial brillo húmedo.
Él sabía de otras empresas competidoras, pero no les prestaba demasiada atención. El trabajo crecía y no todo lo que se desarrolla tiene como destino la muerte.
Aprovechando la explosión inmobiliaria, muchos emprendedores locales crearon pequeñas empresas de construcción que le soplaban algunos contratos a la suya (y por ende, a él mismo). Los “obsequios” que repartían por las intendencias y gobernaciones eran de muy buen nivel. Para construir obras faraónicas había que cambiar el Código de Planeamiento Urbano y se convertía en algo habitual hacer llegar a los señores con poder de decisión, maletines y hasta bolsas negras de consorcio repletas de billetes.
Logró un nuevo ascenso en la empresa y ahora era un testigo más privilegiado de esos tratos. Le parecía muy bien que sus jefes invitaran a individuos integrantes del gobierno a lujosas fiestas para retribuirles con muy ostentosos regalos.
Al fin y al cabo, hacer el bien al prójimo era una sus prioridades en esta vida; haciendo felices a unos pocos conseguían el bien de muchos ciudadanos de a pie. Y nadie salía perjudicado. Esta vez – y quizás siempre – el fin justificaba los medios. Era un lugar común pero estaba convencido.
A veces transigir y transar salía bien y otras no. Sabía que lo importante era la gente y respetaba la competencia.
La vida con Isabela era exquisita y agradable. Había veces que algunos hombres se quedaban mirándola en la calle o le decían cumplidos en algún bar, pero a él no le importaba que a veces les sonriera o les siguiera la conversación por un buen rato, ya que entendía que eso formaba parte de su naturaleza juguetona.
Además, a esos hombres los consideraba inferiores. Ellos no constituían competencia alguna – conocía bien ese tema – y por ese motivo no se sentía intranquilo ni celoso.
En una cena de la empresa, en Navidad, Isabela tomó más de la cuenta y, mientras bailaba rodeada por los compañeros de Damián, Fernando, el director, se tropezó con ella y cayeron al suelo el uno sobre el otro. Fue muy divertido.

Al poco tiempo se compraron un departamento en una de las promociones de la empresa. Estaba un poco por encima de sus posibilidades reales, pero Damián dormía en paz. Se trataba de una inversión segura y dentro de cinco años podría venderlo por el doble, recuperando la inversión. El tipo de interés ya no estaba tan bajo como antes, pero podía afrontarlo con su actual sueldo, que era el único dinero que entraba en la casa. Un amable señor apoltronado en un sillón del banco prestamista le explicó algo que no supo captar, de un europack que no entendió en cuánto afectaba a los intereses. Pero si la televisión no había advertido sobre este tema, pensó que lo que le había comentado el caballero de la entidad financiera no sería tan preocupante. Además, si la cosa se desbordaba o traspasaba la situación y no llegaba a fin de mes, siempre podría hablar con sus jefes y pedirles algunas horas extras más de trabajo. De ese modo, su nivel de vida no se vería resentido.

Durante el último año, Damián había estado trabajando catorces horas diarias; los intereses subían implacablemente. De ese modo se auto convenció de que podría mantener la forma de vivir a la que se había acostumbrado. Pero se estaba agotando, el ritmo frenético de la construcción se desaceleraba raudamente.
Al perder ingresos por la falta de horas extras, el banco se apoderaba del noventa por ciento de su sueldo. Los ahorros atesorados se esfumaron en menos de doce meses.
Ahora, a duras penas conseguía llevar el alimento a su hogar.
La relación con Isabela se enfriaba; se habían moderado los afectos, la fuerza, las pasiones. Hacía bastante tiempo que no mantenían contacto sexual. Su cabeza era un torbellino, no dejaba de pensar ni de divagar.
-Debe ser una manera de castigarme por hacerle comer arroz todas las noches. Tengo que conseguir más dinero, ahora mismo iré a plantearle al jefe que me otorgue un aumento significativo. Estoy trabajando mucho y esto se solucionará, todo volverá a ser como antes.
Después de todo, él había levantado esa empresa con el sudor de toda su piel, colocado al país en un lugar de privilegio; nadie en su sano juicio y con buena fe le negaría un aumento, más aún conociendo la dura situación que estaba soportando. La gente no le fallaría, al igual que él nunca había frustrado a persona alguna.
Un día que salía de su casa para ir al trabajo le pareció ver el auto de Fernando, el director de su empresa; era como si lo estuviera espiando. Estaba perdiendo el juicio, la excesiva presión del banco lo estaba desquiciando.
Llegó a la constructora; Alicia, la secretaria de Fernando le dijo: -Damián, el director me ha dicho que quiere hablar contigo ahora.
Con cierto alivio, entró al despacho dispuesto a solucionar sus problemas, sin embargo las palabras del mandamás le estallaron como si estuviera parado sobre un campo minado.
-Damián estamos arruinados – fueron sus primeras palabras y a partir de ahí todo fue empeorando -.Tenemos que suspender los pagos y hacer una drástica reducción de personal, el mercado inmobiliario colapsó. Lo siento mucho, pero estás despedido.
Sintió una terrible puntada en la zona corporal donde él creía que estaba lo que le quedaba de corazón. Pero el calvario siguió. – Otra cosa, Isabela ya no quiere estar contigo, nos vamos a casar el mes que viene. A ella le hubiera gustado decírtelo en persona pero ya sabes que no le gustan las despedidas. Esta mañana llevó sus cosas a mi casa y ya se instaló. Lo siento mucho, amigo.
Damián quería destrozar a golpes a ese desagradecido hijo de puta pero no podía hacerlo, algo se lo impedía y era que, hasta que no saliera por la puerta del despacho, Fernando seguía siendo su jefe.
Esa misma noche fue a un bar cercano a su casa y se tomó una cerveza. Luego volvió a su departamento que había sido despojado con iniquidad por la mujer que amaba.
Se duchó con el agua no muy caliente, se vistió con el traje oscuro que había llevado en el entierro de su padre, se anudó prolijamente la corbata y salió a una terraza lateral. La brisa pegaba en su rostro pétreo, no había luces encendidas por los alrededores. Encendió con calma un cigarrillo e inhaló el humo profundamente, saboreándolo. Se trepó a la cornisa, no pensó más, lanzó el cigarrillo al vacío y saltó.
El ruido que hizo el cuerpo al golpear contra la acera fue muy fuerte pero no sonaron alarmas, no salió vecino alguno para ver qué había ocurrido, nadie llamó a la policía o a una ambulancia. Simplemente, no existía vida en esa manzana de casas.
A la mañana siguiente los recolectores de basura encontraron el cuerpo y llamaron a las autoridades.
Lo único que encontraron en la primera revisación del expoliado departamento de Damián fue una nota que había dejado, escrita a mano y que decía: -Le he fallado a mi empresa, le he fallado a mi mujer, le he fallado a la gente.

Días después hubo una segunda búsqueda, debida a la curiosidad de un periodista, y se encontraron dentro de un libro algunos datos y anotaciones inesperados. Especialmente porque pensaban que Damián era un ser sin inquietudes ni información.
Con una letra muy pareja y estética, había escrito lo siguiente:
“En la tradición japonesa, el bushido es un término traducido como el camino del guerrero.
Se trata de un código ético estricto y particular al que muchos samuráis (o bushi) entregaban sus vidas; exigía lealtad y honor hasta la muerte. Si un samurái fallaba en mantener su honor podía recobrarlo practicando el seppuku (suicidio ritual)-
En su forma original, se reconocen en el bushido siete virtudes asociadas:
-Rectitud (decisiones correctas) o justicia
-Coraje
-Benevolencia
-Respeto (o cortesía)
-Honestidad, sinceridad absoluta (o veracidad)
-Honor
-Lealtad
El auténtico samurái sólo tiene un juez de su propio honor, y es él mismo. Las decisiones tomadas y cómo son llevadas a cabo reflejan cuál es el verdadero ser de sus ejecutores.
Nadie puede ocultarse de sí mismo.
En un papel más pequeño, bastante arrugado se leía: -Cuando se pierde el honor es un alivio morir; la muerte es un retiro seguro de la infamia. Quienes se aferran a la vida mueren, quienes desafían a la muerte sobreviven.

Fue tomado de aquí.