La ultima pregunta (i)

Hola amigs y amigas que les agrada leer el día de hoy domingo, no les pláticare de algún libro, no les recomendare un libro, pero si una lectura muy padre, este cuento me vino a la mente el día viernes mientras pláticaba con las Lore´s, y al hablar sobre dios y la ciencia (gracias a los profes que nos hacen ver la vida de otro modo acerca de estos temas) hablabamos sobre peliculas, anecdotas, y libros, y ese día recorde la página de un profesor de la universidad JJHMORA (ver enlace en la parte de abajo), ytiene una lectura o cuento muy padre lo lei hace tiempo pero vaya que me agrado se cuento, se los recomiendo ampliamente, desgraciadamente el cuento no se encuentra disponible en la página del profesor pero aún así les ire cortando y pegando partes del cuento para que lo vayan leyendo poco a poco y al final de la lectura se los pondré para descargar, saludos cordiales y espero les agrade.

La última pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de
2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez) se bañó en
luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha
entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:
Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac.
Dentro de las dimensiones de lo humano sabían qué era lo que pasaba detrás del
rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso -kilómetros y kilómetros de
rostro- de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan
general de circuitos y retransmirores que desde hacía mucho tiempo habían
superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.
Multivac se autoajustaba y autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera
humano podía ajustarla y corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la
eficacia suficiente. De manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante
sólo en forma ligera y superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo
cualquier otro hombre. La alimentaban con información, adaptaban las preguntas
a sus necesidades y traducían las respuestas que aparecían. Por cierto, ellos, y
todos los demás asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.
Durante décadas, Multivac ayudó a diseñar naves y a trazar las trayectorias que
permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero después de eso,
los pobres recursos de la Tierra ya no pudieron serles de utilidad a las naves. Se
necesitaba demasiada energía para los viajes largos y pese a que la Tierra
explotaba su carbón y uranio con creciente eficacia había una cantidad limitada de
ambos.
Pero lentamente, Multivac aprendió lo suficiente como para responder a las
preguntas más complejas en forma más profunda, y el 14 de mayo de 2061 lo que
hasta ese momento era teoría se convirtió en realidad.
La energía del Sol fue almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el
planeta. Cesó en todas partes el hábito de quemar carbón y fisionar uranio y toda
la Tierra se conectó con una pequeña estación -de un kilómetro y medio de
diámetro- que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna, para
funcionar con rayos invisibles de energía solar.
Siete días no habían alcanzado para empañar la gloria del acontecimiento, y Adell
y Lupov finalmente lograron escapar de la celebración pública, para refugiarse
donde nadie pensaría en buscarlos: en las desiertas cámaras subterráneas, donde
se veían partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, ociosa,
clasificando datos con clicks satisfechos y perezosos, Multivac también se había ganado sus vacaciones y los asistentes la respetaban y originalmente no tenían
intención de perturbarla.
Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era
relajarse y disfrutar de la bebida.
– Es asombroso, cuando uno lo piensa -dijo Adell. En su rostro ancho se veían
huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio,
observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior. – Toda la energía
que podremos usar de ahora en adelante, gratis. Suficiente energía, si
quisiéramos emplearla, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una
enorme gota de hierro líquido impuro, y no echar de menos la energía empleada.
Toda la energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre.
Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo
que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que
llevar el hielo y los vasos.
– No para siempre -dijo.
– Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.
– Entonces no es para siempre.
– Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal
vez. ¿Estás satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que
todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida.
– Veinte mil millones de años no es ‘para siempre’.
– Bien, pero superará nuestra época ¿verdad?
– También la superarán el carbón y el uranio.
– De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada nave espacial individualmente
con la Estación Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin
que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con
carbón y uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.
– No necesito preguntarle a Multivac. Lo sé. – Entonces deja de quitarle méritos a
lo que Multivac ha hecho por nosotros -dijo Adell, malhumorado-. Se portó muy
bien.
– ¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente.
Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ¿y
luego? -Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro. – Y no me digas que nos
conectaremos con otro Sol.
Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en
cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.
De pronto Lupov abrió los ojos.
– Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?
– No estoy pensando nada.
– Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ése es tu problema. Eres
como ese tipo del cuento a quien lo soprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en
un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando
un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.
– Entiendo -dijo Adell-, no grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán
muerto también.
– Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la explosión cósmica original,
fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan.
Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien
millones de años. El Sol durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas
durarán cien mil millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años
estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.
– Sé todo lo que hay que saber sobre la entropía -dijo Adell, tocado en su amor
propio.
– ¡Qué vas a saber!
– Sé tanto como tú.
– Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.
– Muy bien. ¿Quién dice que no?
– Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos,
para siempre. Dijiste ‘para siempre’.
Esa vez le tocó a Adell oponerse.
– Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.
– Nunca.
– ¿Por qué no? Algún día.
– Nunca.
– Pregúntale a Multivac.
– Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es
posible.
Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente
sobrio como para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la
pregunta que, en palabras, podría haber correspondido a esto: ¿Podrá la
humanidad algún día, sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su
juventud aún después que haya muerto de viejo?
O tal vez podría reducirse a una pregunta más simple, como ésta: ¿Cómo puede
disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía del universo?
Multivac enmudeció. Los lentos resplandores oscuros cesaron, los clicks distantes
de los transmisores terminaron.
Entonces, mientras los asustados técnicos sentían que ya no podían contener más
el aliento, el teletipo adjunto a la computadora cobró vida repentinamente.
Aparecieron cinco palabras impresas: DATOS INSUFICIENTES PARA
RESPUESTA ESCLARECEDORA.
– No hay apuesta -murmuró Lupov. Salieron apresuradamente.
A la mañana siguiente, los dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían
olvidado el incidente

PD: Página oficial del profesor JJHMORA (José Juan Hernandez Mora)

PD2: el cuento se llama «La última pregunta» y es de Isaac Asimov.

PD3: iré públicando partes del cuento el día martes, jueves, sabado, domingo y así sucesivamente hasta acabar.